Cuando se hace la lectura de cualquier texto, siempre esperamos que el mismo tenga algún elemento de conexión con nuestro espíritu, al menos de rechazo, pero algo que nos conecte son ese montón de letras encadenadas.
Debo confesar que Desidia de Javier Etchevarren me provocó varias reflexiones: sobre el mundo, sobre los intelectuales, sobre la poesía, sobre su autor, y también sobre mí.
El libro está cargado de ironía y sarcasmo, el amor es casi inexistente (si es que lo hay), pero sobre todo envuelve al lector en un mar atiborrado de imágenes, metáforas, frases y palabras no aptas para almas sensibles a la realidad, esas capaces de desgarrarse el corazón ante la imágen de un perro lloriqueando para entrar a la casa porque esta pasando frío.
Sin embargo el autor cae (¿adrede?) en la paradoja de hacer la crítica-descriptiva al mundo que parodia, con las mismas parodias que el mundo maneja en sí mismo, con el cliché de repetirse a si mismo. La ironía puede entenderse como algo tan banal como la frase repetida hasta el hartazgo y cuya autoría se debe a un conocido relator de radio: ¡es lo que hay valor! Pues bien, el mundo es como es y no como queremos que sea, aunque sin embargo en una tesis racionalista podemos decir que el mundo es así porque queremos que así sea, pero sería un debate que no corresponde a este momento.
Surgen durante su lectura varias preguntas. ¿Hay esperanza? No, nada. ¿Hay amor? No, nada. Quizás el acto de ser sincero y no empañar nuestros cristales sea un acto de amor, pero no hay más que eso. Todo es lucha permanente, con el otro y con uno mismo. ¿Nada es rescatable del mundo? Si, que de el podemos escribir cosas. ¿Qué opciones tenemos para cambiar la realidad? Solo Dios sabe, pero en sus descripciones, Dios no existe, por lo tanto, descubra las opciones usted mismo! ¿Cuál es el acto de comunicación? ¿Existe uno? Si hablamos en términos de funcionalidad del texto, podría decir que tiene una pedagógica, y se podrá preguntar ¿qué valores se promueven? y ahí...
Al terminar la lectura del libro, cualquier ser mediano en razón puede decir sin dudas, que el autor hace una observación muchas veces cínicas, nada simpática, pero no obstante real. Mas corresponde preguntarle a Javier Etchevarren cuál es su aporte. Su crítica dirigida a la inacción puede aplicársele a sí mismo con total razón, pues su única acción es la de describir (con muy ingeniosas creaciones reconozco) nuestro entorno, ¿pero que aporta para cambiar la realidad? ¿Otro mundo es posible? Quizás pueda desprenderse que la única acción posible que puede desarrollar desde su espacio es la de describir y ridiculizar repetida y persistentemente nuestro acontecer diario, nuestras míseras vidas rutinarias, para que alguien decida de una vez por todas cambiar su realidad, y tome consciencia de si mismo, para que luego desprecie que "uno es masa", y se saque el traje de que "la masa confirma y alivia".
Tal vez, quizás, también pueda uno preguntarse al final ¿Javier Etchevarren profesa el solipsismo? Si la respuesta es afirmativa, todo este texto tiene la misma validez que cualquier observación en el mundo de la desidia.
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"Hombre mediocre: Aquel que considera que quien no piensa como él, es mediocre" Griseldo Fontán
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